Viaje al Luvina de Juan Rulfo


Montaigne decía que viajar es ensayarse, que durante el recorrido el ser humano se construye y aprende el arte de vivir. Según el autor, este arte se adquiriría mediante la capacidad de observación, de la conversación y a través de los viajes. Y a quienes le preguntaran a este gran ensayista francés la razón de sus periplos (por Francia, Alemania, Austria, Suiza e Italia), él les replicaba que “sabía bien de qué huía, pero que ignoraba lo que buscaba”.

Yo no podía afirmar exactamente lo mismo, al menos en lo que se refería a este último viaje a México. Sabía en buena parte (o más bien intuía), lo que buscaba en este territorio cautivante y azaroso, y también sabía de lo que escapaba del mío propio, sin embargo, ignoraba mucho más de todo aquello que encontraría en tierras aztecas. Mi propósito confesado, era visitar aquellas aldeas y poblados que Juan Rulfo había recorrido en el estado de Oaxaca. De hecho el Proyecto que yo desarrollaba se llamaba “Oaxaca Profundo, tras la huella de Juan Rulfo en la cuenca del Papaloapan”.

Después de transcurrido un tiempo de mi estadía, pude entrevistarme con Francisco Martínez Neri, Secretario de Culturas y Artes de Oaxaca. Nos encontramos fortuitamente en el elevador y me atendió afablemente en su despacho. Conversamos latamente del Proyecto que me traía a su país y en particular a su estado, y también sobre Rulfo, a quien admiraba particularmente. De paso me comentó que en Oaxaca existía un pueblo llamado Luvina, pero que no sabía con precisión si se trataba del mismo lugar en que el escritor jaliscience se habría inspirado para su cuento homólogo (al escuchar sus palabras, de inmediato me asaltó la idea de encontrar y conocer aquel pueblo polvoriento y casi mítico). Después de algunos minutos de conversación, hizo entrar a su despacho a Lizbeth, encargada de Informaciones Culturales de la institución, a quien yo conocía desde una breve estadía anterior. Después de los saludos de rigor, le comentó que cuando se está fuera de la patria todo es más difícil, que México se caracterizaba por ser un país hospitalario, y acto seguido le encomendó contactarme con las autoridades municipales de los pueblos que yo me proponía visitar. Al día siguiente le pedí a Lizbeth que me hiciera los enlaces pertinentes para conocer el pueblo de San Juan Luvina y San Pablo Macuiltianguis, que es el poblado contiguo y su cabecera municipal. Fue de este modo, y gracias a sus valiosas gestiones, que a la semana siguiente pude dirigirme a San Pablo, y desde allí al lugar que yo anhelaba conocer.

_dsc0544-copia

Emprendí mi viaje con una mezcla de ansiedad y un dejo de romanticismo. Conocería el pueblo en que probablemente Rulfo se había inspirado para escribir su célebre cuento. Para mí no era insignificante este hecho; se asemejaba a la experiencia de aquellos escritores que viajaban al país de su poeta predilecto para honrarlo ante su tumba. Me subí al autobús en una parada ya distante de la base-terminal. Casi todos los asientos venían ocupados y me dirigí hasta el fondo del pasillo, en donde advertí que había algunos espacios desocupados en la última fila. Allí permanecí sentado hasta el final del viaje, absorto en el paisaje que se adentraba fugaz por la ventanilla. Durante el trayecto, un joven que ocupaba uno de los lugares contiguos, me preguntó adónde me dirigía. Le informé que a San Pablo Macuiltianguis. Intercambiamos lacónicamente algunas palabras y me enteré que vivía en el mismo Luvina, y que faltaban pocos días para la fiesta del pueblo. A mitad del trayecto se instaló a mi lado un hombre de complexión robusta y que aparentaba uno 50 años, aunque no distinguí muy bien los detalles de su rostro, pues ya la noche avanzaba entre las colinas y se colaba por los cristales del autobús dejando sólo entrever la silueta de los pasajeros. Conversaron interrumpidamente con el joven durante lo que quedaba del viaje y, por el tenor de la conversación, deduje que eran conocidos y que viajaban juntos. Al rato de sentarse, me preguntó si yo me dirigía a Luvina por alguna investigación. Le respondí que sí, pero con aquella reserva y prudencia de quien informa algo a un desconocido. Al parecer él lo percibió, y no volvió a dirigirme la palabra hasta cuando llegamos a nuestro destino y respondió parcamente mi saludo de despedida.

Arribé a Macuiltianguis al caer la noche. De inmediato me dirigí al Palacio Municipal y presenté mi Carta de acreditación que me había preparado Lizbeth para el Presidente Municipal. Él ya estaba en conocimiento de mi visita y me recibió con deferencia. Aquella noche pernocté en uno de los cuartos que rentaban detrás del municipio.

_dsc0027-copia

Al día siguiente me dirigí a San Juan Luvina. Como no había ningún carro disponible, el Regidor de educación me trasladó personalmente en una moto-taxi que era de su propiedad (recuerdo que en mitad del camino accedió amablemente a detenerse para que pudiera hacer algunas fotografías del pueblo a la distancia). Al presentarme ante el Agente Municipal para enseñarle mis credenciales, cuál no sería mi sorpresa al encontrarme con aquel hombre que se había instalado a mi costado en el autobús, pero ahora detrás del escritorio en posesión de su cargo de principal autoridad municipal. Se llamaba Bibiano Serafín Jiménez y me dijo que había reconocido de inmediato el acento de extranjero y el tono de mi voz. Le informé que venía con la intención de conocer el antiguo pueblo de Luvina y de hacer un levantamiento fotográfico en el lugar. Tanto él, como el encargado de Bienes Comunales, después de intercambiar unas miradas que adiviné de extrañeza, me informaron que en el Luvina antiguo, al que yo pretendía dirigirme, ya nada existía, y que sólo se trataba de un sitio agreste y erial. También observé que el Agente Municipal me escrutaba minuciosamente, y cada una de sus escuetas palabras dejaba traslucir una mezcla de desconfianza y formalidad.

_dsc0034-2
Museo de San Juan Luvina

En el transcurso de la conversación, y sobre todo después de visitar el pequeño museo de la comunidad llamado Yessi Vani (en zapoteco: “Pueblo Vivo”), pude complementar fehacientemente alguna información que había recabado antes de mi partida. El Luvina actual había sido fundado aproximadamente a mediados del siglo XVI, luego que los habitantes del antiguo asentamiento emigraran del lugar por las sucesivas desapariciones de niños que afectaban a la comunidad, y que atribuyeron a un hombre salvaje y deforme que vivía en una cueva de las montañas, al que llamaron el Cheni-Lala (animal salvaje con alas). Posteriormente, en el nuevo asentamiento, se sucedieron los mismos sucesos que los impulsaron a emigrar, y los habitantes decidieron mancomunarse para destruir el mal que les asolaba; le dieron caza a este extraño ser, y posteriormente le llevaron al centro del pueblo donde fue muerto a garrotazos. Finalmente le ataron una enorme piedra a su espalda y fue arrojado a un profundo pozo ubicado al fondo de un barranco. Gracias a José Ernestino, Síndico municipal del pueblo y avezado guía, pude ver y fotografiar ambos lugares en que ocurrieron estos remotos acontecimientos. Las últimas palabras del Cheni-Lala, según relatan los más viejos, fueron una verdadera profecía de maldición que hasta el día de hoy los habitantes de Luvina no olvidan: si le dejaban con vida el pueblo crecería en habitantes y se podría desarrollar, de lo contrario su población se estancaría y estaría condenada a la pobreza.

En la actualidad San Juan Luvina es un pueblo zapoteco de un poco más de 500 habitantes, y está enclavado en las montañas de la sierra Juárez de Oaxaca (a 1880 m.s.n.m.). Pertenece al Municipio de San Pablo Macuiltianguis (y no al de San Gabriel Abejones como se ha afirmado de manera inexacta). En zapoteco tiene varias acepciones, la más lóbrega y poética es “Raíz de la Miseria”(LUÚ: RAÍZ / VII-NAÁ: DE LA MISERIA). También significaría “Gente pobre” (según el historiador y estudioso de la toponimia Rosendo Pérez). Es de suponer que tan sólo el nombre de este pueblo haya concitado el interés de Rulfo por conocer algo más del lugar. Quizás Luvina le sonaría a nombre de cielo, o tal vez de purgatorio.

Cuando este escritor recorre los caminos de Oaxaca, escribiendo y haciendo fotografías en la década del 50, Luvina era una aldea rural sumida en la miseria y asolaban enfermedades como la desnutrición y el paludismo. Es muy probable que al menos Rulfo haya conocido de oídas el nombre y la ubicación geográfica de esta comunidad. A la sazón, en ella no había caminos de terracería y menos aún automóviles. Todas las actividades de intercambio con los pueblos colindantes se realizaban a lomo de caballos o de mulas. Sólo recién en 1975, hubo una camioneta en la localidad. Me lo comentó el alcalde de Luvina, quien también recordaba que su padre viajaba a pie toda una noche y parte del día para ir a Oaxaca a proveerse de despensas y víveres.

Se ha dicho que el Luvina de Rulfo representaría, ante todo, a los pueblos de México y por extensión de Latinoamérica. En una entrevista a fondo que le hiciera Joaquín Soler de la radiotelevisión española, el escritor sostiene que ha tenido que recrear a sus personajes, revivirlos imaginándolos como él hubiera querido que fueran, pues el proceso de creación no es sólo tomando las cosas de la realidad, sino imaginándolas. Lo único real, sostiene Rulfo, es la ubicación. Más adelante nos refiere que para una revista literaria se quiso encontrar y fotografiar los paisajes de “El Llano en Llamas”, pero que nunca fueron encontrados. No obstante, varias son las semejanzas que personalmente pude constatar de estos paisajes con el Luvina actual. La piedra caliza, por ejemplo, que según el cuento abunda en los cerros de la aldea descrita, y que sus habitantes llaman “piedra cruda”, es la misma piedra que se encuentra en los faldeos de los montes que rodean a este poblado, entre ellos el que está en el mero frente y que los lugareños llaman cerro de cerebro o IYA YUVI. Por otra parte, el viento que Rulfo describe en su cuento y que sopla del tal modo “que no deja crecer ni a las dulcamaras, esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra…” y “que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate”, tiene su referente real en los ventarrones que arrecian durante los meses de febrero y marzo en esta pequeña comunidad.

En cuanto al modo de expresión de los personajes de El Llano en Llamas, sostiene Rulfo en la mencionada entrevista, es también inventado, «pues ellos no se expresan así”; son seres comunes y corrientes, como en todas partes, y en ellos no había nada en especial. Si bien es acertado afirmar que las personas reales no se expresan necesariamente como los personajes literarios, al fotografiar varios habitantes del pueblo de Luvina, y sobre todo a los más antiguos, pude comprobar que no se trataba de personas corrientes que se pudiesen encontrar en cualquier sitio o localidad, sino de hombres y mujeres de rostros taciturnos, con gestos adustos y herméticos, como si estuviesen fundidos con una geografía gris y telúrica que los condicionara, al igual que los personajes rulfianos, a un destino de abandono y soledad.

_dsc0209-copia
Mujer habitante de Luvina

Recordemos que el escritor jalisciense, gran admirador de José María Arguedas, describe la naturaleza en función del hombre, tal cual era la idea de este peruano que sostenía que “al escritor hay que dejarle el mundo de los sueños”. Lo ideal, por tanto, no era reflejar la realidad tal cual es, sino ficcionarla. Si lo único real, entonces, es la ubicación (como sostenía Rulfo en aquella entrevista refiriéndose al escenario de sus personajes), no cabe duda que San Juan Luvina de Oaxaca fue el referente y el material inequívoco de su inspiración. De hecho en el cuento se menciona a esta aldea por su propio nombre y no otro: “usted va a ir a San Juan Luvina” se le comunica de manera perentoria a un joven maestro cargado de ideales.

En una de las tantas conversaciones que sostuve con el historiador y asesor de Antropología del Colegio de Bachilleres, Sergio Hugo Castilllo (quien actualmente ejerce como Alcalde de Macuiltianguis bajo el régimen de usos y costumbres), y también con la profesora Raquel Eufemia Cruz, oriunda de este mismo poblado, llegamos a concluir que el Luvina de El Llano en Llamas no era otro que San Juan Luvina de Oaxaca, y que no existía otro lugar con las características idénticas o semejantes al cuento de mayor notoriedad de Rulfo. Esta maestra recordaba que, siendo aún una niña, su madre compraba esa piedra caliza que ayudaba a la cocción del maíz y que traían algunos caminantes desde el pueblo contiguo. Además, habiendo ejercido en la escuela de Luvina, a mediados de los años 80, había podido comprobar personalmente la situación de marginalidad que afectaba a sus habitantes; la pediculosis y la sarna arreciaban particularmente en los niños que asistían a sus clases. La pregunta de rigor en aquellas pláticas, entonces, asaltaba de inmediato e insoslayable: si hace 6 lustros la situación de esta comunidad era de abandono, ¿cómo no sería en la década el 50 cuando el escritor trabajó y fotografió por estos pagos?

Sabemos que Rulfo mantuvo durante toda su vida un cariño especial por la tierra de Oaxaca y su abigarrado mundo visual. La recorre inicialmente a fines de la década del 40, y posteriormente cuando trabajara para la Comisión del Papaloapan (entre 1955 y 1957), período en que hizo notables fotografías de paisajes, de arquitectura y retratos de indígenas en la zona mixe de este estado, particularmente en la región del Zempoaltépetl. En lo que respecta a su producción literaria, algunos cuentos de “El Llano en llamas” aparecen entre 1945 y 1951 en las revistas América de México y Pan de Guadalajara, esta última dirigida por Juan José Arreola. El cuento de Luvina, que anticipa magistralmente la novela fantasmal de Pedro Páramo, fue escrito por Rulfo como becario del Centro Mexicano de escritores en 1952, al igual que “No oyes ladrar los perros”, otro de sus relatos más relevantes. Un año más tarde será publicado el libro “El Llano en Llamas”. Por consiguiente, si nos atenemos a las coincidencias entre las fechas de sus primeros viajes por el estado y su creación intelectual, todo amerita igualmente para confirmar que el pueblo Luvina de Oaxaca fue el referente geográfico del Luvina literario.

Después de haber compartido con los hombres de esta aldea, me imagino a un treintañero Juan Rulfo recorriendo a lomo de caballo por los senderos pedregosos de la Sierra Madre de Oaxaca. Pienso en los maestros educadores que van a tantos Luvinas, o a los centenares de pueblos olvidados de México o de Chile, a enfrentarse cada día con aquellas realidades de carencia que nos hermanan y nos identifican. Pienso en nuestros políticos, absortos en sus cenáculos, esgrimiendo altisonantes y ufanos sus mentadas “vocaciones de servicio”, esas pobres y tristes metáforas esgrimidas desde el poder que los aísla. Y es que “el gobierno no tenía madre”, le responden enfáticos los lugareños de Luvina al humilde profesor que intenta, infructuosamente, convencerlos de que la madre del gobierno “era la Patria”, y que abandonaran este poblado moribundo en busca de mejores tierras porque el gobierno les ayudaría. Desde El Laberinto de la Soledad evoco, entonces, las palabras admonitorias de Octavio Paz, que me advierten que aquel que no tiene madre es el “hijo de la Chingada”, el mero engendro de una violación que viene ya de lejos, y que devendría en el chingón actual, impasible y sin escrúpulos, cuya existencia redunda en la fatal división “de la sociedad en fuertes y débiles”, en el poder cínico del chingón y la impotencia del que ha sido chingado por años o por siglos, y cuyos muertos se resisten a ser dejados en el olvido.

_dsc0109-copia
Mujer habitante de Luvina

Yo jamás pensé conocer el Luvina de Rulfo, yo jamás pensé conocer a los habitantes de San Juan Luvina. “Mire las maromas que da el mundo”, le dice el antiguo profesor al joven maestro que arribará dentro de pocas horas a ese pueblo polvoriento, en el que ya ni perros hay que le ladren al silencio. Y es tan cierto, y es tan rotundo, que en cada viaje es preciso detenerse y reparar en esas vueltas que nos depara la vida, y que son las que dejan huellas indelebles en nuestro espíritu, como aquellos surcos profundos que dejan la desolación y la tristeza en los rostros de los hombres y mujeres humildes.

Dentro de pocas horas también, casi de madrugada, estaré arribando a un frío aeropuerto en el extremo sur del mundo. Será el fin de este viaje y el final de mi partida. Y cuando las rotativas estén aún imprimiendo las páginas de este Suplemento, resonarán disonantes en mis oídos los saludos y los lugares comunes de aquellas bienvenidas familiares a las que nunca me acostumbro. Guardaré, entonces, el silencio de los muertos y de los vivos impertérritos que conocí en Luvina, ese mismo silencio que habita en todas las soledades, que viene de las altas montañas y de las hondas barrancas de nuestros pueblos, y también de las cimas del alma, cuando la mirada se torna ensimismada, cuando el viaje es una forma de ensayarse y construirse desde afuera hacia adentro, para intentar volcar luego lo mejor de uno mismo, convertido ya en palabras.

Rakar / Final del viaje. En Ciudad de México, Abril 26 de 2015.

  • Artículo originalmente publicado en Suplemento Cultural Palabra, Periódico El Vigía. Ensenada, Baja California, México. (Domingo 26 de abril de 2015). 

figura-31-copia Palabra_212

figura-31-copia Revista LHDC58

Captura de pantalla 2018-05-13 a las 19.51.46

Crónica publicada en Revista Flotante Mag 07  Revista de arte e intercambio cultural. Diciembre de 2017, Acapulco, México, pp. 32 a 41.

HABITANTES DE SAN JUAN LUVINA

El pase de diapositivas requiere JavaScript.

LUVINA NARRADO POR JUAN RULFO

Publicado por: Rakar

Fotógrafo documental, cronista y editor chileno. Ha realizado documentales fotográficos en Chile y México obteniendo diversas becas y reconocimientos (Fundación Andes, Fondart, Ford Motor Company Award, Fonca, Amexcid, Museo Leonora Carrington). Su iconografía, agrupada bajo el nombre genérico de "EL VIAJE DE RAKAR", comprende los siguientes Fotodocumentales: PUEBLOS OLVIDADOS, (Travesía por 67 pequeñas aldeas rurales del territorio central de Chile); “RETRATOS (DES)DE LA LOCURA” (imágenes del confinamiento psiquiátrico); EL OJO MÍSTICO" (Imágenes del México profundo). EXPOSICIONES INDIVIDUALES: En Chile y México / COLECTIVAS: Holanda, España, Grecia, Portugal. PUBLICACIONES: "Mundo Quiltro, Espejo del alma chilena" (2023). "Retratos (des)de la Locura: Hospitales mentales de Chile" (2017); “La Locura de Artaud-Van Gogh, o el desquite de la locura” (2010); "El Viaje de Rakar: Travesía por 67 pueblos olvidados de la 5ª región de Chile” (2006). Sus crónicas y ensayos han sido publicados y/o premiados en diferentes revistas internacionales. Desde 2013 es corresponsal en Chile del Suplemento Cultural Palabra (Ensenada, Baja California, México). Desde 2021 es director de arte y cuidado de edición en Akén La luz de lo invisible Ediciones (Chile).

Categorías Crónicas de México,Crónicas viajeras de RakarEtiquetas, 4 comentarios

4 comentarios en “Viaje al Luvina de Juan Rulfo”

Deja un comentario